Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de marzo de 2016 (D. ANGEL FERNANDO PANTALEON
PRIETO).
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QUINTO.- Dejando aparte la cuestión -ya resuelta-
de la prescripción extintiva de la acción ejercitada, la objeción de fondo que
la compañía Macumba dirige, en su recurso de apelación, contra la resolución
del Juzgado a quo suscita las importantes cuestiones de si la
responsabilidad civil extracontractual es, y en qué medida, subjetiva o por
culpa u objetiva o por riesgo; de cuál sea el nivel de pericia y diligencia
exigibles para no incurrir en culpa; y de la distribución de la carga de prueba
sobre la existencia o no de culpa. En materia de responsabilidad
extracontractual -decimos-, pues es ésa la calificación por la que optó la
parte actora en su demanda, sin que ni ella ni la parte demandada hayan
planteado en ningún momento su calificación como contractual.
A la luz de los datos normativos y la
muy nutrida doctrina jurisprudencial que, durante la última década, ha
establecido esta Sala sobre las expresadas cuestiones [entre muchas, SSTS
462/2006, de 10 de mayo (Rec. 3104/1999), 645/2007, de 30 de mayo (Rec. 80/2000),
1070/2007, de 16 de octubre (Rec. 3816/2000), 788/2008, de 24 de julio (Rec.
1813/2001), 791/2008, de 28 de julio (Rec. 3409/2001), 1200/2008, de 16 de
diciembre (Rec. 1683/2000), 149/2010, de 25 de marzo (Rec. 1018/2006),
385/2011, de 31 de mayo (Rec. 2037/2007), 979/2011, de 27 de diciembre (Rec.
1736/2008), 816/2011, de 6 de febrero de 2012 (Rec. 977/2008), 566/2015, de 23
de octubre (Rec. 2213/2013), y 639/2015, de 3 de diciembre (Rec. 558/2014)],
las tesis esenciales al respecto pueden enunciarse como sigue:
1. La creación de un riesgo, del que
el resultado dañoso sea realización, no es elemento suficiente para imponer
responsabilidad (objetiva o por riesgo), ni siquiera cuando la actividad
generadora del riesgo sea fuente de lucro o beneficio para quien la desempeña.
Se requiere, además, la concurrencia del elemento de la culpa (responsabilidad
subjetiva), que sigue siendo básico en nuestro Derecho positivo a tenor de lo
preceptuado en el artículo 1902 CC, el cual no admite otras excepciones que
aquellas que se hallen previstas en la Ley. El mero hecho de que se haya
producido el resultado dañoso, realización del riesgo creado, no puede
considerarse prueba de culpa -demostración de que «faltaba algo por prevenir»-,
puesto que ello equivaldría a establecer una responsabilidad objetiva o por el
resultado, que no tiene encaje en el artículo 1902 CC.
2. La apreciación de la culpa es una
valoración jurídica resultante de una comparación entre el comportamiento
causante del daño y el requerido por el ordenamiento. Constituye culpa un
comportamiento que no es conforme a los cánones o estándares de pericia y
diligencia exigibles según las circunstancias de las personas, del tiempo y del
lugar. El mero cumplimiento de las normas reglamentarias de cuidado no excluye,
por sí solo, el denominado «reproche culpabilístico».
3. El riesgo no es un concepto
unitario, sino graduable, que puede presentarse con diversa entidad; y ello
tiene relevancia para la ponderación del nivel de diligencia requerido. No cabe
considerar exigible una pericia extrema y una diligencia exquisita, cuando sea
normal el riesgo creado por la conducta causante del daño. La creación de un
riesgo superior al normal -el desempeño de una actividad peligrosa- reclama,
empero, una elevación proporcionada de los estándares de pericia y diligencia.
La falta de adopción o «agotamiento» de las más exigentes medidas de cuidado en
su caso requeridas justifica atribuir responsabilidad (por culpa o subjetiva)
por los resultados dañosos que sean realización del mayor riesgo así creado:
que sean objetivamente imputables a esa culpa en el desempeño de la actividad
peligrosa.
4. El carácter anormalmente
peligroso de la actividad causante del daño -el que la misma genere un riesgo
extraordinario de causar daño a otro- puede justificar la imposición, a quien
la desempeña, de la carga de probar su falta de culpa. Para las actividades que
no queda calificar de anormalmente peligrosas, regirán las normas generales del
artículo 217 LEC. Del tenor del artículo 1902 CC, en relación con el artículo
217.2 LEC, se desprende que corresponde al dañado demandante la carga de la
prueba de la culpa del causante del daño demandado. No será así, cuando «una
disposición legal expresa» (art. 217.6 LEC) imponga al demandado la carga de
probar que hizo cuanto le era exigible para prevenir el daño; o cuando tal
inversión de la carga de la prueba venga reclamada por los principios de
«disponibilidad y facilidad probatoria» a los que se refiere el artículo 217.7
LEC.
5. En aplicación de lo dispuesto en
el artículo 386 LEC, el tribunal podrá imputar a culpa del demandado el
resultado dañoso acaecido, cuando, por las especiales características de éste y
conforme a una máxima de la experiencia, pertenezca a una categoría de
resultados que típicamente se produzcan (sean realización de un riesgo creado)
por impericia o negligencia, y no proporcione el demandado al tribunal una
explicación causal de ese resultado dañoso que, como excepción a aquella
máxima, excluya la culpa por su parte.
SEXTO.- Procede ahora examinar el caso de
autos a la luz de las tesis que se han dejado expuestas en el Fundamento de
Derecho anterior:
1º) La parte actora no ha alegado
-ni consta a esta Sala que exista- una norma legal que establezca una
responsabilidad civil objetiva o por riesgo para la explotación de salas de
fiestas.
2º) No puede compartirse la
afirmación de la compañía demandada de que el desempeño de esa actividad «forma
parte de los riesgos generales de la vida». Ciertamente, no cabe calificarla de
actividad anormalmente peligrosa; pero sí son inherentes a ella algunos riesgos
superiores a los normales. Lo que justifica (y resulta legislativamente
demostrado por) lo que prescribe el párrafo primero del artículo 6.3 de la Ley
de la Comunidad de Madrid 17/1997, de 4 de julio, de Espectáculos Públicos y
Actividades Recreativas, a cuyo tenor:
«Los locales y establecimientos
deberán tener suscrito contrato de seguro que cubra los riesgos de incendio en
el local y de responsabilidad civil por daños a los concurrentes y a terceros
derivados de las condiciones del local, de sus instalaciones y servicios, así
como de la actividad desarrollada y del personal que preste sus servicios en el
mismo».
Dicho precepto se refiere,
naturalmente, a los locales y establecimientos incluidos en el ámbito de
aplicación de esa Ley: según su artículo 1.2, aquellos «en que tengan lugar los
espectáculos públicos y actividades recreativas». Y el párrafo final del
artículo 1.1 define éstas del siguiente modo: «Son actividades recreativas, a
los efectos de esta Ley, aquellas dirigidas al público en general cuyo fin sea
el esparcimiento, ocio, recreo y diversión del mismo».
3º) Entre esos riesgos superiores a
los normales -aunque, salvo en las llamadas «macrofiestas», no extraordinarios-
inherentes a la explotación de un local como la sala Macumba, se encuentra el
que genera la utilización de vasos de cristal, cuya rotura expone a los
asistentes -atentos a su esparcimiento y en un ambiente de escasa iluminación-
a sufrir eventos dañosos como el que don Feliciano padeció. Riesgo, que
naturalmente se multiplica por el número de asistentes, notoriamente mucho
mayor en las noches de los fines de semana.
4º) No cabe, obviamente, exigir a
quienes explotan esa clase de locales medidas de cuidado que eliminen el
referido riesgo: ni que no se utilicen vasos de cristal; ni que cuenten con un
número de «barqueros» tal, que resulte igual a cero la probabilidad de que los
asistentes se lesionen por pisar o caer sobre un cristal roto. Pocas personas
estarían dispuestas a asistir a una sala de fiestas en la que las bebidas se
sirvieran en vasos de plástico, o a pagar el precio que la entrada debería
alcanzar para cubrir el coste de aquellos equipos. Sí es exigible, sin embargo,
que dicho riesgo se reduzca mediante medidas específicamente dirigidas al
efecto: a falta de normas reglamentarias que las precisen, aquellas cuyo coste
de adopción no supere claramente el beneficio que, para el público asistente,
comporte la correlativa disminución de los resultados lesivos de que se trata.
Los mejores usos del sector servirán de pauta para determinarlas.
5º) El apartado 6 del artículo 217
LEC dispone que las normas contenidas en los apartados precedentes «se
aplicarán siempre que una disposición legal expresa no distribuya con criterios
especiales la carga de probar los hechos relevantes». En el presente caso, una
tal disposición expresa existe. En efecto, el artículo 147 del Texto Refundido
de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de
noviembre, dispone:
«Los prestadores de servicios serán
responsables de los daños y perjuicios causados a los consumidores o usuarios,
salvo que prueben que han cumplido las exigencias y requisitos
reglamentariamente establecidos y demás cuidados y diligencias que exige la
naturaleza del servicio».
6º) El citado artículo 147 LGDCU ha
de aplicarse con cautela, a falta de doctrina jurisprudencial establecida al
respecto, dada la inconcreción con la que está descrito su supuesto de hecho:
que lo aproxima al carácter de un principio general, modulable en atención a la
naturaleza del servicio de que se trate; al modo empresarial, o no, de su
prestación; y al rol que en ésta desempeñe un usuario típico. Y deberá
ponderarse si el evento dañoso acaecido evidencia, o no, un defecto -un déficit
de la seguridad que legítimamente cabía esperar- del servicio prestado; y tener
presente «la disponibilidad y facilidad probatoria que corresponda a cada una
de las partes del litigio»: así lo prescribe el apartado 7 del artículo 217 LEC,
también para la aplicación de lo dispuesto en el apartado 6 del mismo artículo.
7º) El artículo 11 LGDCU, tras
disponer que «los bienes y servicios puestos en el mercado deben ser seguros»,
establece que «se consideran seguros los bienes o servicios que, en condiciones
de uso normales o razonablemente previsibles, incluida su duración, no
presenten riesgo alguno para la salud o seguridad de las personas, o únicamente
los riesgos mínimos compatibles con el uso del bien o servicio y considerados
admisibles dentro de un elevado nivel de protección de la salud y seguridad de
las personas». Y el artículo 6.1 de la Ley de la Comunidad de Madrid 17/1997,
arriba mencionada, dispone que «los locales y establecimientos incluidos en el
ámbito de aplicación de esta Ley deberán reunir los requisitos y condiciones
técnicas, en orden a garantizar la seguridad del público asistente». Se
desprende de ello que el acaecimiento de un evento dañoso como el que sufrió
don Feliciano evidencia un defecto del servicio que le fue prestado: que no se
trató, esto es, de la realización de un riesgo que quepa considerar
voluntariamente asumido por los asistentes a locales como la sala Macumba. Un
defecto frente al que es difícil concebir, y aún más exigir, específicas
medidas de autoprotección por parte de aquéllos. Y dentro de un ámbito que se
halla bajo el control del empresario prestador del servicio; que es quien
cuenta con la información sobre las medidas de cuidado exigibles, y en su caso
adoptadas, a fin de reducir el riesgo de lesiones producidas por cristales
rotos.
8º) Por todo ello, esta Sala
concluye que correspondía a la demandada, la compañía Macumba, la carga de
probar que adoptó tales medidas: la falta de culpa por su parte. Y en modo
alguno ha satisfecho esa carga probatoria.
Debemos, pues, desestimar el recurso
de apelación que esa compañía interpuso y confirmar la sentencia dictada por el
Juzgado de Primera Instancia, cuya decisión de condena está justificada, aunque
por argumentos jurídicos en parte diferentes a los contenidos en su
fundamentación.
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